Catorce años pasaron casi volando desde aquella tarde en la que tu voz se apagó de pronto y nunca más volví a saber de ti. Es cierto que la vida nos desgajó, pero esa delgada línea entre la nada y todo lo que tenemos me hizo fuerte. Me deja tirado sin aliento cada noche, al borde de mi cama —de tu cama—.
Te imagino descalza en el hotel, rondando la puerta. Nunca hubiera pensado que eras tú entre todas las voces, todos los cuerpos, entre todas las almas sin ojos, los cuerpos descansando a la orilla de ese río que es el tiempo. Y yo te vi. Me dije: te conozco.
Eras tú desde niña; desde niña te conozco, cuando bailabas sola y descalza en aquel salón de duela. Por aquellos días no sabía cómo decirlo, y tú no me reconocías aún. Pero soy yo, entre todos estos años, entre todo ese deseo que no puedes contener, que no puedes comprender en su magnitud.
Soy yo, encontrando tus labios en el portal de la estación; tú con flores, con esa sonrisa de oreja a oreja, con tu alma salvaje e inocente, con tu alma blanda, tu piel almendra, tu desnudez bailando. Tus labios sensuales en la noche, tus gemidos varios, tu voz diciendo mi nombre y sonriendo.
Te soy honesto: amo cada uno de nuestros tangos, las pláticas a media luz, las palmas de tus pies, los ojos apenas abiertos, la arracada en la nariz. Toda la calina que se levanta al quitarnos las sábanas después de dos o tres veces de hacer de todo bajo la colcha. Tu mente, tu alma… me conquistaron desde la infancia.
Sí, te quise. Te quise entonces, te quiero ahora y te voy a querer cuando estemos viejos, cuando las cosas se me olviden —excepto el pianito aquel que suena cada vez que sonríes—. Te amé entonces y te voy a amar después, aun cuando no terminemos juntos, porque uno se enamora, pero nunca como ahora.
Ya no existe aquel semi-niño sentado en Año Nuevo, esperando a que llegaras. Ni siquiera la amargura sobrevive dentro de mí. Solo existe tu sonrisa: el espacio enorme, las luces al fondo, tu sonrisa. Desde que te volví a ver, tu sonrisa este septiembre, tu sonrisa en la vista escénica de todo tu cuerpo, a lo largo de la cama.
Entiéndase: el corazón se me sale por la boca cada vez que confirmas que me amas. Todos los días eres mi aventura, mi buen humor, correr a encontrarte, bailar por las tardes, el café sin amargo, la vida misma —en una bolsita de papel, latiendo junto a mi desayuno—.
Cada verso, tu nombre.
Te amo, siempre.