jueves, 14 de febrero de 2013

El nudo argelino del amor

Estaba hablando de muchos temas con alguien…
y entre la plática, esta persona me preguntó por una imagen en especial, una fotografía que tengo por ahí.

—¿Por qué es especial? —me dijo de pronto, increpándome.

Miré la foto, y me pasaron algunas cosas por la mente.
Básicamente, la imagen se trata de un rosetón metálico,
un nudo de cuatro hebras con diferentes grabados sobre él.
Se llama el nudo argelino del amor.

Le conté que la primera vez que lo vi fue en una película,
pero luego… durante algún tiempo, investigué al respecto,
le di seguimiento,
porque este objeto tiene toda una historia detrás…
y es bastante interesante.

La historia es como sigue:

Se dice que en el año 473,
Djamel Ali Abdelkader,
el décimo cuarto heredero al trono de Al-Yaza’ir,
en uno de sus viajes por el país,
tomó por mujer a una joven que se lavaba los pies en un estanque.

La mujer tenía los pies más hermosos que el príncipe hubiera visto jamás.
Dicen que una mujer de pies hermosos… jamás será fea.
Y era cierto.

El príncipe notó también la forma de sus manos, sus ojos, su boca…
en sí, toda ella,
una belleza ondulante, mediterránea.

Cuando la joven se levantó y lo miró fijamente,
lo conquistó con su sonrisa,
con su piel lechosa y suave,
con su rostro perlado y esas mejillas tímidas
que se deslizaban hasta un mentón afilado.
Sus cejas, definidas, coronaban unos ojos enormes y claros.
Y su cabello… negro, largo, serpenteante,
de embriagante olor, lavado con aceites y especias de la región.

Y como todos los príncipes tienen permitido hacer muchas cosas,
este príncipe hizo lo propio.
Preguntó el nombre de la joven —Merihem
y pidió que el capellán la llevara a su palacio.

Pidió también que la prepararan para él.
Varias sirvientas la bañaron, la vistieron,
para que estuviera lista cuando el príncipe la tomara por esposa.

Sin embargo, cuando la vio fijamente,
notó que los ojos de la joven eran profundos,
como su corazón,
y que miraba ese nuevo mundo con temor.

La voluntad de Merihem era fuerte.
Finalmente, estaba cautiva…
y es difícil sentir afecto por quien te ha separado de tu hogar,
aunque sea un príncipe.

Djamel pidió que la retiraran de su presencia mientras pensaba.
Tenía todo: tierras, poder, privilegios.
Podía hacer lo que quisiera, tener a quien quisiera.
Pero la quería a ella.

Y algo pasaba al mirarla a los ojos.
Algo en esa mirada transparente lo hacía pensar,
querer ser distinto.

Sin saberlo,
aferrado a su vida de príncipe,
sintió que algo crecía dentro de su alma.
Y no podía aceptarlo.
Darse cuenta de su propia vulnerabilidad…
era inadmisible.

Una noche, no pudo más.
Entró al aposento,
se perfumó con su piel,
tocó su cabello,
entró en sus ojos,
durmió con ella.

Pasaron los días.
Pasaron las semanas.
Y Merihem no mostraba emoción alguna.
Cumplía con su papel,
sin gestos de afecto,
sin palabras.

Por su parte, Djamel tenía una inquietud que lo derrotaba.
Algo dentro de él crecía sin control.
No dormía, no comía,
vagaba por los pasillos del palacio,
perdido en pensamientos profundos.

Hasta que, por consejo de su hermano,
fue a ver a un mago.

Llegó consternado, derrotado,
y le contó al viejo su situación:
cómo algo en su alma lo atormentaba,
sabiendo que la joven no era feliz,
que no lo amaba,
que tal vez lo correcto sería dejarla libre.

Sintió compasión.
Una compasión tan honda que lo quemaba.
Sintió deseo,
sentió el amor más puro y el más doloroso.
Por eso se sentía morir.

—¿Estoy enfermo? —le preguntó al mago.

El mago sonrió y le respondió:

—Lo que sientes no es enfermedad, príncipe.
Es amor.
Pero ese sentimiento es veleidoso.
Si la joven no te ama,
ni toda la magia,
ni todas las riquezas del reino
podrán cambiarlo.
Aferrarte a algo que no se comparte
te volverá loco.
Perderás tu vida, tu reino, tus tesoros…
y aun así no lograrás que te ame.

Djamel pidió entonces un encantamiento
para poder seguir gobernando,
libre de esa maldición.

El mago lo envió a casa y le dijo:
—Vuelve por la mañana. Entonces lo tendrás.

A la mañana siguiente, muy temprano,
el joven príncipe volvió.
El mago puso en su mano una joya:
un rosetón hecho de una sola pieza,
con varios grabados.

—En un brazo —dijo— está Eros,
el amor que enciende la pasión.
En otro, Philia, el amor fraterno.
En el tercero, Storgé,
el amor leal de los amigos.
Y por último, Ágape,
el amor que se da sin esperar nada a cambio.

Si alguien logra tener los cuatro en una sola persona…
ha encontrado un tesoro.

El mago explicó que ese nudo une a dos personas para siempre,
porque no tiene fin.

—El amor es complicado —dijo—.
A veces es caprichoso, a veces entregado,
a veces ingenuo.
A veces se gana,
y a veces se pierde.

Y le advirtió:

—Libera a la joven si eso deseas.
Pero conserva la joya en un lugar seguro.
Tu corazón, tu sexo, tu mente y tu alma
quedarán unidos, por toda la eternidad,
a la persona a la que entregues esta joya.
El nudo no se rompe.
Y no puede revertirse.

El joven príncipe escuchó y pensó largamente.
Días después, sin más explicación,
le entregó la joya a Merihem…
y la dejó ir.

Esperó.
Esperó toda su vida.
Hasta que finalmente murió.
Pero aquella joven tan hermosa
jamás volvió al palacio.

Se dice que, si alguien entrega este artilugio a su enamorada o enamorado,
su alma, su cuerpo y su corazón
quedarán ligados para siempre.

Aunque la vida los separe,
aunque el mundo cambie,
aunque pasen los siglos,
siempre estarán unidos…
por todas las vidas,
por todos los mundos,
para siempre.

2 comentarios:

  1. Hola.-
    Desde hace tiempo he leído y vuelto a releer este post y me parece muy interesante para un trabajo que estoy haciendo sobre las costumbres árabes. He detectado el origen celta de la joya, pero quisiera preguntarte si la fuente es histórica o es un buen trabajo de ficción. Gracias.

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    1. Saludos, perdón por contestar tan tarde, pues es un trabajo de ficción, el cuento así como la joya se la regalé a alguien, no tienen caso los detalles, porque hice del dominio público el cuento; espero te haya gustado, si puedes compartir el dato histórico me gustaría mucho, ya que este relato está basado en mi conocimiento acidental y viviencial de algunas tradiciones y usos árabes.

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