domingo, 13 de abril de 2014

El dicho aquel

El abuelito Rufino estaba muy enfermo, desde el día antes estaba acostado en un catre, la tía Cristiana le había puesto muchos ungüentos, lo rociaron, le dieron de beber varias soluciones y nada, aún no reaccionaba, seguía con fiebre y no dejaba de quejarse, a veces se ponía lúcido y entonces otra vez la fiebre. Doña Antonia vino antes con unos cataplasmas, que le puso en los pies, le untó pomada, le puso cebolla y lo cubrió con periódico, luego le puso las calcetas, pero sin embargo no se recuperó, Claudina y su marido fueron por el doctor, así que esperamos, y esperamos, y esperamos... Domitila y yo teníamos hambre, pero mi mamá no se separaba del abuelito, y cuando le preguntábamos si ya íbamos a cenar, sólo decía: " hay que esperar, por que  puede que se muera Tata", y nos teníamos que regresar al otro cuarto o  a la hamaca.
El doctor llegó con Claudina, y rápido se metieron al cuarto para atender al Tata, mientras mandaron a Miguel por el padre, pasaron un par de horas, y Domitila fue otra vez con mamá, "¿ya cenamos?", "Esperense tantito", y regresó otra vez conmigo, ya pasaban de las 1:30 y no habíamos cenado, Tata seguía agonizando y yo me quedé  lentamente muy profundo, muy dormido.
Al día siguiente me levanté, mamá ya estaba haciendo café y nos dieron queso con totópos, Tata Rufino ya estaba fuera de peligro, pero Domitila seguía enojada con mi mamá, "ya, ya, discúlpenme, estábamos esperando lo que iba a pasar con su abuelito", decía mi mamá en todo de disculpa, al o que Domitila, con los brazos cruzados le reclamó:  " pues sí, pero anoche, ni se murió Tata, ni cenamos"...
Desde ese día decimos eso cuando no sucede ni una ni otra cosa: " ni se murió tata, ni cenamos".

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