El abuelito Rufino estaba muy enfermo, desde el día antes estaba acostado en un catre, la tía Cristiana le había puesto muchos ungüentos, lo rociaron, le dieron de beber varias soluciones y nada, aún no reaccionaba, seguía con fiebre y no dejaba de quejarse, a veces se ponía lúcido y entonces otra vez la fiebre. Doña Antonia vino antes con unos cataplasmas, que le puso en los pies, le untó pomada, le puso cebolla y lo cubrió con periódico, luego le puso las calcetas, pero sin embargo no se recuperó, Claudina y su marido fueron por el doctor, así que esperamos, y esperamos, y esperamos... Domitila y yo teníamos hambre, pero mi mamá no se separaba del abuelito, y cuando le preguntábamos si ya íbamos a cenar, sólo decía: " hay que esperar, por que puede que se muera Tata", y nos teníamos que regresar al otro cuarto o a la hamaca.
El doctor llegó con Claudina, y rápido se metieron al cuarto para atender al Tata, mientras mandaron a Miguel por el padre, pasaron un par de horas, y Domitila fue otra vez con mamá, "¿ya cenamos?", "Esperense tantito", y regresó otra vez conmigo, ya pasaban de las 1:30 y no habíamos cenado, Tata seguía agonizando y yo me quedé lentamente muy profundo, muy dormido.
Al día siguiente me levanté, mamá ya estaba haciendo café y nos dieron queso con totópos, Tata Rufino ya estaba fuera de peligro, pero Domitila seguía enojada con mi mamá, "ya, ya, discúlpenme, estábamos esperando lo que iba a pasar con su abuelito", decía mi mamá en todo de disculpa, al o que Domitila, con los brazos cruzados le reclamó: " pues sí, pero anoche, ni se murió Tata, ni cenamos"...
Desde ese día decimos eso cuando no sucede ni una ni otra cosa: " ni se murió tata, ni cenamos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario