Cada que platico del tema, siento dos cosas: una que me vuelvo viejo, y otra que imagino 1 millón de historias, y por eso hablo aquí del que no cuento a los amigos o las personas de frente a mi y que como adulto uno tiene que cuidar, por aquello de las apariencias y de ser un adulto vamos.
Estos días han sido de reencuentro de articulación de ideas, de música y de ilusión... a lo que necesito llegar es que en medio de los días y de los dolientes caminos de las personas que me rodean, y entre esa bruma que se deshace de la luz, me encontré la carita semi sonriente, los labios pálidos jadeantes, aprediendo a respirar la pequeña mounstrita, jugando a ser niña, tiene unos días de nacida y revolucionó la vida, mi vida y la de todos, los ojos negros y perdidos buscando comer, solo comer, y comer más, dormir un poco y luego comer... ella se ríe sola, vuelve a dormir, vacuna mis sentidos y puedo verla mucho muy fijamente, y aunque es niña y no se parece a mi hijo el niño dinosaurio, me puedo reconocer en ella, es diferente no huele como olia Rodrigo al nacer, es más delicada, me pone atención al hablar y parece que entiende todo lo que digo.
¡¡Pero válgame mujer!!, le digo, ¿Vas a comer otra vez?, y busca desesperada...
Esta es la tercera cosa que sé y que no digo en una conversión de adultos, entre mi hija y yo tenemos un mundo aparte que apenas se va construyendo, y muchos cuentos que me giran en la cabeza, unos viejos, otros nuevos, y leyendas que están por construirse...
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