lunes, 20 de junio de 2011

Cuento erótico por encargo II

Cuando de verdad algo te hace desear a una persona las cosas tiene finales y toman caminos que no crees, esta es una de esas historias, donde lo aburrido se tuerce y termina siendo tan divertido, tan inusual, delicado y excitante creo.

No puedo decir su nombre, pero si puedo describir que todos los días de esa semana habían sido iguales, grises, aburridos, pasar horas y horas frente a la computadora y regresar a casa, repetir nuevamente todo en la mañana siguiente, pero ese sábado, las cosas fueron un poquito diferentes, como toda la ropa sucia estaba aun en el canasto, mi amiga decidió ponerse un vestido, para ir a trabajar esa mañana, el día tardó lo que tarda la manecilla grande en llegar del 8 al 4, pero ella tuvo que esperar cada uno de esos minutos, clic tras clic del reloj de pared.

Sin mucho ánimo despidió a la última persona que dijo “hasta el lunes”, en su puerta, no puso mucha atención en quien era; así que cuando llegué a la puerta, la vi de espaldas ostentando esas curvas en las que quería poner mi boca, y me atreví a entrar mientras ella buscaba algo en el archivero de la esquina, todo fue repentino, porque simplemente me acerque a ella, y con una frase entre cortada, bese sus labios, esos que tanto había deseado el otro día que comí con ella; las cosas siguieron un curso muy fluido, un vaivén de energías, una boca a media distancia sobre la otra, y mis manos alocadas que le acortaron el vestido…y sude mas cuando recorrí su torso, mis manos alucinando sus pechos, arañando acariciando desgastando la ropa todo mientras duraba uno y otro beso, el mal equilibrio y los movimientos de su pelvis friccionándose en contra de la mía, puse la mano contra la pared, pero ya no tuve más remedio que irme de bruces sobre un librero, mientras ella me tallaba su cuerpo suspirante, me lo dejaba impreso, y temblaba; tal vez el vértigo que provoca el golpe de sangre en la cabeza por la excitación inducida de ambas manos sobre ambos cuerpos, la sensación de estupor, el miedo a que alguien nos viera, o la lencería que se desprendió de entre sus muslos, hacía delirante el momento, su pequeña mente daba vueltas, y yo ponía un pezón entre mis dientes, las gargantas que pretenden ahogar las palabras, y las susurran, los besos que suenan, un labio mordido, la esperanza de otro beso… de manera delicada uno de sus pies pisó el aire, y chocó mi espalda contra el escritorio, volteó unas sillas y ahogamos un grito al taparle la boca, comenzó a jugar con mis dedos y sus labios, su lengua, ¿cómo hago para no gritar? , si la tengo ahí conmigo, ¿cómo resisto?, ¿cómo continuo?, si en cualquier momento un imprudente abre la puerta y rompe el encanto, y nos hace saltar como gatos para cubrirnos… afortunadamente, no pasó nada, nadie llegó a su puerta, pero yo sigo esperando a que me llame, el próximo sábado.

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