Es impresionante las cosas que perdemos a medida que vamos creciendo; durante la vida perdemos amigos, perdemos pertenencias, perdemos lugares de visita, juguetes, objetos, y extraviamos cosas que van dejando de habitarnos, pero son ocupadas por otras nuevas: nuevos amigos, nuevas costumbres nievas ideas, nuevos lugares, y a ese vaivén de las cosas de las personas de los objetos y de las costumbres, le llamamos ir creciendo, y mientras yo crecía fui perdiendo la visión mágica de un lugar, un espacio, que para mis primeros días de vida lucía, enorme y que con el paso del tiempo fue perdiendo su misticismo, su vasta extensión, su magia; frente a la pared de ladrillos que ya no existe mas, mi lindo limonero fue creciendo junto con mi edad, ese espacio es uno de los primeros lugares que yo recuerdo, pero recuerdo más, recuerdo que las primeras fotografías de felicidad fue esa tarde cuando me dormí debajo de la sombra fresca de un limonero que regalaba flores de azahar, muchas plantas, mucha vida.
Hoy recuperé algo que había perdido, y por medio de un viejo amigo, supe una historia maravillosa que cada niño debe saber.
Lo que voy a contar me sucedió de tarde, en esos momentos en los que no es de día pero todavía no es de noche, antes de que todos los candiles en las calles enciendan, esa tarde caminé en medio del patio, despacio el viento dejó de soplar y pude escuchar mis pasos venciendo y machucando la hojarasca, al pasar en medio del toldo donde la tía estaciona su coche, di la vuelta y, como llamado por alguna fuerza extraña rodeando la cerquita roja llegué a donde en un tiempo existió mi limonero en todo su esplendor, grande lleno de vida, verde y con millones de flores, y que hoy estaba seco y muerto, no sé si el recuerdo me llevó hasta ahí, donde mucho antes me gustaba jugar, y algo me hizo pensar en la forma en la que eso dejó de existir, la forma en la que perdí esa parte de mi vida al ir creciendo, luego de vagar por mis tremendas cavilaciones, y el recuerdo de los niños jugando bajo el chorro de agua vi algo en el espacio de tierra debajo del limonero seco sin vida, me acerqué, baje más hasta hincarme, y comencé a escarbar un poco más, parecía algo entre la raíz seca y maltratada, al tomarla más de cerca algo movió las raíces, y luego otra vez y luego otra vez, al principio me asusté, pero luego pareció como si el arbusto quisiera decir algo , me acerqué más para poder hablar con él, y entonces encontré su rostro que permanecía entre las raíces y debajo de la tierra, yo sabía que no debía desenterrarlo, porque para conocer el alma de un árbol hay que poderse comunicar con él, pero en este caso yo debía. “¿Eras tú?” le pregunté y de alguna manera el árbol me contestó - estoy muriendo, nunca más vienes a visitarme, y nadie me riega, estoy seco- al oír eso rápido fui por agua, mucha y lo regué, de manera que bebió a grandes bocanadas - perdóname - le dije es que crecí, creció la ciudad, la gente cambió hicieron y el arroyito aquí junto se secó por completo, pero nunca fue mi intención olvidarte, me miró a los ojos, y contestó: no es solo porque me dejaras de regar o me olvidaras, sino porque falta algo, o más bien falta alguien, y con todo el crecimiento de toda la zona la modernidad las fabricas se han ido extinguiendo las hadas del agua; son seres diminutos, invisibles, que si las ves a contra luz o de sol de por la mañana te parecerán insignificantes, con alitas como de papel, pero si las vez de cerca tienen escamas en diferentes tonos que se aperlan y brillan de acuerdo al clima, gris si está nublado, azul cielo si el día está soleado, y azul índigo si está lloviendo; ellas son seres tan importantes que lo que me pasó a mi le está sucediendo a ¡toda la ciudad!, ¡a todo el país! ¡al mundo!; estas criaturas viven cerca de los arroyos, de los ríos, entre los juncos o entre los manglares, y con sus bailes y vuelos frenéticos ayudan a que las plantas y los animales tengan la suficiente agua como para mantener la vida, porque impulsan las masas de agua, estas hadas, que brillan en diferentes colores de acuerdo a su humor, son responsables de muchas cosas más , me dijo mi limonero con el rostro mojado, - ¿ah sí?, le dije – si por ejemplo hacen cosas importantes como esparcir el rocío en cada planta, se encargan de detalles como el que gotee perfectamente el agua de la lluvia de los techos, los intervalos entre gota y gota, que las gotas tengan su forma rechoncha característica, y de cómo tiene que salpicar los vidrios de las ventanas y como deben quedar las gotas en las ventanas de los coches, se encargan además de repartir la lluvia, de que huela a tierra mojada antes de que llueva, que las olas del mar tengan abundante espuma blanca, de que los ríos siempre tengan una temperatura adecuada y que las piedras estén bien lavadas, de que el agua de lluvia se encharque en los patios de las escuelas para que los niños puedan jugar.
-Y entonces ¿Qué pasó?- le pregunté -¿ya no hacen su trabajo?-
No. Me contestó mientras yo lo regaba con más agua de la que mi madre almacena de la lluvia. Mira – me dijo- debido a que las talabarterías comenzaron a tirar sus líquidos al agua del arroyo, ¿recuerdas? – me preguntó mi limonero- cuando ese arroyo crecía, solo se podía pasar por la calle de Refugio o por la iglesia de Guadalupe, porque el cauce era tremendo, muchas hadas vivieron ahí, volando amándose unas a otras, chocando chisporroteando y salpicando agua a todas partes, los líquidos las envenenaron, poco a poco empezaron a morir, luego quisieron emigrar pero entubaron los ríos y el agua fue escaseando más y más, de esa manera yo me comencé a secar, se murieron muchos árboles aquí cerca.
Y en efecto hacia tanto tiempo de eso que no recordaba el nombre del arroyo, que algunos cuentan que hacia hermoso ese barrio de Jalatlaco.
No tenía palabras, después de eso me fue narrando muchas muertes de hadas, por envenenamiento del agua, por insolación, por quedar atrapadas en las alcantarillas, y no pude pensar más que en hacer algo, en impedir que se fueran junto con las lluvias, junto con el agua, junto con las plantas y los animales. Luego en un abrir y cerrar de ojos estaba dentro de un túnel con aguas profundas, pero tan cálido, alcé los ojos y vi un tunel enorme iluminado, y yo era elevado hacia la cúspide, como impulsado a Salir; en este túnel, las paredes eran como de jaspe, o de alguna piedra que desconozco, lisas, como lavadas por el agua, el aire era cada vez mas difícil de respirar, como el de una cueva, que huele a humedad, me sofocaba y comencé a sudar mientras subía; llegue al final del túnel, ante la luz cegadora y la sensación del aire fresco, mis ojos aclararon, y vi el mar, camine descalzo por la arena hacia la playa, estando de frente al mar.
Pero el mar estaba también sucio, con desperdicios, lleno de partes de autos, llantas viejas, cadáveres, refrigeradores, autobuses, barriles, no era un mar con agua turquesa como el que yo conozco en Zicatela, era un mar de basura, me entristecí mucho, y mi alma tuvo pena, pero permanecí ahí, parado ante la inmensidad, vi salir de él un ser viviente, con miles de ojos por todas partes, ojos detrás de la cabeza ojos en sus alas como de águila, ojos en el vientre, ojos en las patas y en la espalda, algunos me miraban otros estaban cerrados como durmiendo, otros parpadeaban y me veían, oí una voz que me dijo “ven”, “todas estas cosas, toda las que ves que les pasan a los humanos, las pestes las guerras, el hambre, la sed y la muerte, las buscan ustedes mismos, no cuesta nada cuidar un poco de lo que tienen ahora, cada gota que llena el mar es importante, cada ser, cada especie, ahora ve y escribe lo que viste”… Desperté temprano, y vi el mundo como es ahora, y quise poner las cosas que vi en un sueño, en una tarde, frente al lugar donde hoy mismo volví a plantar un limonero.
Cuento con el que participé en el concurso "cuentos de agua"
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