Caminé una cuadra y otros metros al cruzar la avenida, luego di pasos más lentos hasta llegar a la puerta; busqué en la barra a lo lejos y encontré una silueta espigada, el cabello semi trenzado, cayéndole por el cuello hasta posarse suave en el hombro izquierdo, ¿ si es ella? Me dije y luego volteó la cara y siguió llenando unas copas, pude distinguir el vapor del helado contenido sobre la botella; espere un poco, en su estado natural, en su belleza hecha realidad encontré algo de paz. Ese momento duró milenios dentro de mi mente, aunque fue sólo un momento en el que la dejé continuar por el solo placer de verla; me aproxime a la barra y conversamos un par de palabras, "el trabajo te hace ver... Linda" alcancé a decir, era raro porque todos esos años en los que creí odiarla, reclamar que no me quisiera como yo la quise, no fueron tantos y creo que el cariño no se muere, ni siquiera bajo el odio. No sé, al tiempo que salgo y me despide no me queda más nada, sólo la alegría de verla, esos grandes amores que no esperan y se fueron a quedar dentro de la juventud de quienes fuimos, no se deshacen, no se destruyen, sólo cambian de lugar; no perecen, sólo forman iluminaciones distintas, panoramas pasados, imágenes, fotografías, lugares que fueron parte de la historia; no la hubiera amado más de haber sido diferente conmigo, quizás no la hubiese odiado algunos años, sólo sé que la tenue calidad de los sentimientos se va fortaleciendo así, igual que cualquiera de los vinos que ella servía esa noche que nos vimos.
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