No tengo tanta ternura, muero o moriré lento, sin embargo tu voz del otro lado del auricular me hace pensar cosas lindas, algo como una mantita de peluche con un oso en un extremo, tus paso sobre el suelo ocre y la mirada a punto de quedar en coma. Y empiezo así: en la punta de la cascada las flores son blancas, se alegran de vernos, cada que las hadas las visitan corren pequeños remolinos arenosos, aire de la montaña que huele a especias, a canela con toques de almizcle, a felicidad embotellada, a la felicidad que me invade cuando huelo tu piel. El mundo que espero, o el momento que aguardo y las lágrimas que ya derrame se juntan en ese momento cuando caes rendida y te abrazo, me pierdo en tu cabello lo beso, respiro el minuto, ese que amo, y de todo lo que puedo preguntar solo pregunto por ti. Verte dormir es una de las miles de razones por las que necesito alguien justo como tu, otras son tus ojos en medio de la obscuridad, la voz mormada, el aliento contenido, el grito perpetuo, tus manos blancuzcas, los instantes suspendidos que pasan por la mente cada que imagino, cada que caigo bajo la inmensidad azul, el instante suspendido que detiene el tiempo y tu voz en medio de toda la obscuridad. Dormirás hoy en mis sueños, tardaré pero llegaré a ese lugar donde se chisporrotean las flores, donde crece el pasto, el agua, donde hueles a felicidad.
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