Entrando la noche, todos los niños varones se quedaron en una de las piezas, los muros gruesos de adobe y los techos de tejas apostadas sobre húmedos troncos que algún día fueron durmientes del tren se entretejían en una exquisita cúpula obscura que albergaba todo tipo de misterios. En la otra pieza solo habían tres niñas una de 11 y otras 2 de 7 y 9 años respectivamente. En Juchítán las noches refrescan, mientras el día es caluroso, con un sol que golpea incipiente sobre los edificios, sobre las personas, sobre la vida en general, en las noches el viento corre libre sobre los arboles de mango, se cuela entre las hojas y revolotea en las fibras de algodón y los almendros que le responden frotándose contra el y haciendo un ruido distintivo; anochecer y amanecer en la hamaca es un placer que mucha gente encuentra divino, eso de enfermarse de gripe, allá no existe, entre los entramados que cuelgan de los postes, en los corredores o bajo los arboles siempre hay una hamaca que contará historias, secretos, y no tan secretos, entre las fibras de una hamaca.
Ya después de que todos habían dormido, los chicos comenzaron a jugar, aventarse cosas, es impresionante el ruido que se hace cuando se pretende estar callado o ser más silencioso.
Así pasaron los minutos mientras en la habitación contigua las niñas callaban a los niños, reprendiéndolos por ser tan ruidosos. En eso transcurrió la noche mientras los adultos eran solo una referencia. Ya más tarde y entre la sórdida intención de dormirse y jugar un rato más, los chicos se acercaron sigilosamente a la ventana de las niñas y las asustaron haciendo voces, y vociferando. Todo fue tan gracioso, claro que las niñas buscaron una cubeta de agua y un chorro helado dejó perplejos a dos de los niños que corrieron hasta su cuarto, la lucha comenzó, ellas aventaban cosas, los niños golpeaban las puertas, ellas atrancaron las ventanas, los niños buscaron una rata muerta y la metieron bajo la puerta, eso hizo que las tres niñas salieran disparadas corriendo asustadas y gritando. Todo era risas, los adultos no llegaban y parecía que nadie iba a dormir temprano esa noche; mientras todos se refugiaban en el cuarto de los niños, Paula regresó a la habitación por unas sandalias, una sensación extraña la hizo paralizar, cada uno de los vellos de su cuerpo se erizaron, y un cosquilleo que empezaba en la coronilla bajaba por la nuca y recorría la espalda torso y piernas la invadió, alguno la miraba desde la mesa que estaba en el fondo de la pieza. Entre sombras los ojos vidriosos la observaban, mientras ella se daba cuenta de que la situación la rebasada, esa emoción invasiva que la hizo gritar sin sentido, mientras la figura peluda y humanoide habría el hocico para proferir un rugido, al tiempo que saltaba a la ventana y dejaba tras de si una niña asustadísima, una mesa esculcada y revuelta. Nadie creyó en ella, pero es gracioso pensar que un mono, un chango bajó ese día mientras todos jugaban en el patio.
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