Y después de lo que he hecho, de tanto correr, este día me saludó con un poco de frialdad, siendo que como el académico que soy no podía perder el tiempo, ya que mi tiempo es importante y cuesta. Es maravilloso como de unos años para acá lo que digo le resulta muy interesante a otros; tengo el tiempo y la inteligencia para ponerme de frente a alguien, rebatirlo resarcir el daño, volver a vernos y ser un gran ejemplo, sin embargo la vida me tenía una sorpresita, me tenía ahí, hablando como si todo lo pudiera, el destino se hizo uno con mi pasado y entró por la puerta en forma de dos personas: una mujer pequeña, vestida a la fuerza, con el cabello recogida y golpeada por el calor, que apenas y pudo llegar a la banca de enfrente, pero que se apoltronó tratando de guardar el estilo, sostenía una bolsa con radiografías, lo sé por el rótulo, tras ella llegó un niño de 10 años temeroso y mal vestido, que con los ojos bien abiertos, la boca seca, y una vergüenza inmensa, veía la pizarra con el menú; toda la escena era tan familiar, la mujer soplándose con la mano le decía a su hijo en voz bajita, lo que sí podía pedir, en ese momento supe lo que había en sus mentes, la cara incrédula, del niño, la dicha inmensa, el sacrificio de la mujer, la frase cruel: "solo una, y me das porque no tenemos dinero", ahí estaba el pasado también, el polvo en los zapatos, correr hasta la esquina, cuidar un peso porque era un tesoro, yo sabía bien la situación, porque era mía... Fue mía, podía ser mi hermano, mi madre o yo mismo, entonces con todas esas imágenes, la explosión de emociones, los recuerdos miserables, mis pies haciéndome correr lejos, la pobreza que alejaba tanto la felicidad... La miseria dicen, que se puede parecer a la felicidad en tanto nunca se conozca lo que es ser feliz. Me volví a la memoria de los días de antes, la ropa regalada, los juguetes que no llegaron y las sensaciones de frustración, es cierto la miseria se parece a la felicidad, mientras no se conozca lo que es ser feliz, y mis emociones me hicieron ponerme los lentes y con los ojos totalmente anegados, volví a esa sensación de encierro, a las paredes bruscas, al azul descompuesto, a la pintura que manchaba, a las casuchas maltrechas, volví a esos años abrumadores, y mi voz interna me decía "no llores", mi voz interna, esa misma que me hacia querer correr y que me guió por ningún camino hasta solo ver el horizonte, esa misma voz me consolaba en secreto, ante toda la comitiva.
Me vi en esa madre y su hijo, y lo único que pude hacer entonces antes de que mi corazón quebrara en llanto fue pagar y salir corriendo, di la vuelta a la esquina, pedí un cigarro y me trague el amargo recuerdo. Me acordé de todo, de los años después, de ti y todo lo que pude amarte, de la emoción rota, el corazón abierto, de mi sacrificio en vida, de mi sufrir, de mi niñez. La felicidad se parece tanto a la miseria, siempre y cuando nunca sepas la diferencia.
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