I
Los amantes
Llovía sobre ese pequeño pueblo, el agua se encharcaba y corría calle abajo, mojaba las casa, le daba olor a toda la ciudadela. Una cabaña bajo una palmera permanecía inmóvil, la techumbre hacia una caída plácida sobre las maderas viejas, dentro no había frío, ni siquiera era tibio, un par de figuras se enredaban en un beso simbiótico, desnudos se disfrutaban, gritos, rechinados, sudor, era goce carnal, hacia meses que sucedía en esa misma casa, ella la joven esposa de un sobrino, él, el marido de la tía.
Meses antes las obligaciones que debía cumplir la joven esposa, como la de dar de comer al tío, hacían aburrida la vida, ella una muchacha pueblerina, había sido la novia fiel del chico de la herrería, huérfano de padre el chico había cortejado a esa mujer por un par de años hasta que enamorados, se casaron un junio, una boda linda, muchos regalos, toallas, una vajilla, saleros, mesa bancos, una hamaca, y un lindo espejo, alguno de los primos lo compró a un ropavejero, toda una ganga que adornaba la habitación.
Todo fue una luna de miel durante los primeros meses, la belleza tropical de esa pequeña Villa hacia que fluyera esa relación, el la amaba, ella no tenía ojos para nadie, sin embargo algo raro fue sucediendo, ella comenzó poco a poco a cambiar, la belleza húmeda y verde de toda la Villa, del mar no era lo que quería, algo le hacia falta, triste, así se sentía, de pronto los encuentros con el hijo del Herrero fueron menos, no se sentía atraída, gustaba de estar sola y mirarse largo rato en el espejo, a veces lo hacía después de bañarse, otras veces solo se desnudaba para tocar su cuerpo, las amplias caderas bruñidas, los pechos grandes, su ombligo profundo y obscuro se dibujaban en el espejo, ahí se pasaba los días, las horas, necesitaba verse y que la viera... El espejo, sólo salía para ir por el maíz, y de vez en cuando dejarle la comida al esposo de la tía que trabajaba en un taller cercano. Una mañana sintió algo que le recorría el cuerpo, una fuerza, nervios, algo tenía que pasar para salir de ese letargo en su matrimonio, eso pensaba, mientras se miraba al espejo, la tía le gritó que fuera por la comida y entonces se la encontró vistiéndose, muy enojada, la muchacha llevó la comida, al entrar al taller las puertas estaban abiertas, preguntó por el tío, nadie contestó, pero algo la llevo a dentro del taller, y ahí al fondo de la pieza el hombre aquel sostenía sobre una mesa a una mujer, con un brazo le sostenía una pierna, con el otro la mantenía tomada del cuello, la mujer mientras chupaba el pulgar de aquel hombre, un mar de ropa los cubría mientras ambos sudaban y gemían, los pantalones del tipo resbalaban y la chica del hijo del Herrero sentía ese fuego interno que la quemaba, mientras miraba los glúteos de aquel hombre contraerse durante la brutal penetración. Dejó la comida afuera y regresó con la imagen en el fondo de sus entrañas, durante esa noche tuvo que acercarse al hijo del Herrero, con mucho deseo, sin embargo no era eso lo que quería y su cuerpo lo tenía bien entendido; se sentó desnuda en la madrugada, mientras se volvía a admirar en ese espejo, comenzó a tocar sus entrañas y a recorrerse, de pronto el espejo le mostró lo que quería ver, aquel hombre en su taller tocándola, subiendo sus manos sucias y gruesas por las caderas, por la cintura, ese cuerpo que ella deseaba, tocarlo, tenerlo, esas imágenes salían del espejo, ante su asombro y complicidad.
Las visitas se volvieron diarias al taller aquel, sin que nada pasara, solo la comida y un cruzar de palabras, "buena tarde", "gracias", "con permiso", pero nada más ante la frustración de la chica, así fueron pasando unas semanas, hasta que ella se decidió esa mañana lluviosa, no quiso ponerse ropa interior, tenía que ser suyo , ya lo había deseado tanto tiempo, lo imaginaba, lo quería, se fue convirtiendo en el pensamiento diario, y esa mañana la fuerte lluvia ayudó, mojó la ropa y se la pegó al cuerpo,"déjeme secarme ahí adentro", el la deja pasar y después la voz que lo llama, lo seduce, sólo para encontrarla sí ropa secándose con una franela.
La imagen se dibujó en el espejo, ahí estaban ellos, ella delante de el, cuando el chico llegó, la imagen en el espejo se comenzó a dibujar, y lo hizo enfurecer, llorar, gritar de rabia, vio la pieza, el taller,las manos ensuciando el cuerpo de su mujer, el bigote rozando la piel comiendo esa carne viva. Algo entro por sus ojos, no salió hasta que tomó el hacha y corrió enfurecido, sólo para encontrarlos ella prendida de los glúteos jalándolo hacía adentro, él golpeando el regazo sin piedad. Pasó lo que sucede en esos casos, dos cuerpos juntos, desollados, el otro infeliz ahorcado, y la casa del Herrero permaneció cerrada por 20 años, el espejo dormía mientras tanto.
Meses antes las obligaciones que debía cumplir la joven esposa, como la de dar de comer al tío, hacían aburrida la vida, ella una muchacha pueblerina, había sido la novia fiel del chico de la herrería, huérfano de padre el chico había cortejado a esa mujer por un par de años hasta que enamorados, se casaron un junio, una boda linda, muchos regalos, toallas, una vajilla, saleros, mesa bancos, una hamaca, y un lindo espejo, alguno de los primos lo compró a un ropavejero, toda una ganga que adornaba la habitación.
Todo fue una luna de miel durante los primeros meses, la belleza tropical de esa pequeña Villa hacia que fluyera esa relación, el la amaba, ella no tenía ojos para nadie, sin embargo algo raro fue sucediendo, ella comenzó poco a poco a cambiar, la belleza húmeda y verde de toda la Villa, del mar no era lo que quería, algo le hacia falta, triste, así se sentía, de pronto los encuentros con el hijo del Herrero fueron menos, no se sentía atraída, gustaba de estar sola y mirarse largo rato en el espejo, a veces lo hacía después de bañarse, otras veces solo se desnudaba para tocar su cuerpo, las amplias caderas bruñidas, los pechos grandes, su ombligo profundo y obscuro se dibujaban en el espejo, ahí se pasaba los días, las horas, necesitaba verse y que la viera... El espejo, sólo salía para ir por el maíz, y de vez en cuando dejarle la comida al esposo de la tía que trabajaba en un taller cercano. Una mañana sintió algo que le recorría el cuerpo, una fuerza, nervios, algo tenía que pasar para salir de ese letargo en su matrimonio, eso pensaba, mientras se miraba al espejo, la tía le gritó que fuera por la comida y entonces se la encontró vistiéndose, muy enojada, la muchacha llevó la comida, al entrar al taller las puertas estaban abiertas, preguntó por el tío, nadie contestó, pero algo la llevo a dentro del taller, y ahí al fondo de la pieza el hombre aquel sostenía sobre una mesa a una mujer, con un brazo le sostenía una pierna, con el otro la mantenía tomada del cuello, la mujer mientras chupaba el pulgar de aquel hombre, un mar de ropa los cubría mientras ambos sudaban y gemían, los pantalones del tipo resbalaban y la chica del hijo del Herrero sentía ese fuego interno que la quemaba, mientras miraba los glúteos de aquel hombre contraerse durante la brutal penetración. Dejó la comida afuera y regresó con la imagen en el fondo de sus entrañas, durante esa noche tuvo que acercarse al hijo del Herrero, con mucho deseo, sin embargo no era eso lo que quería y su cuerpo lo tenía bien entendido; se sentó desnuda en la madrugada, mientras se volvía a admirar en ese espejo, comenzó a tocar sus entrañas y a recorrerse, de pronto el espejo le mostró lo que quería ver, aquel hombre en su taller tocándola, subiendo sus manos sucias y gruesas por las caderas, por la cintura, ese cuerpo que ella deseaba, tocarlo, tenerlo, esas imágenes salían del espejo, ante su asombro y complicidad.
Las visitas se volvieron diarias al taller aquel, sin que nada pasara, solo la comida y un cruzar de palabras, "buena tarde", "gracias", "con permiso", pero nada más ante la frustración de la chica, así fueron pasando unas semanas, hasta que ella se decidió esa mañana lluviosa, no quiso ponerse ropa interior, tenía que ser suyo , ya lo había deseado tanto tiempo, lo imaginaba, lo quería, se fue convirtiendo en el pensamiento diario, y esa mañana la fuerte lluvia ayudó, mojó la ropa y se la pegó al cuerpo,"déjeme secarme ahí adentro", el la deja pasar y después la voz que lo llama, lo seduce, sólo para encontrarla sí ropa secándose con una franela.
La imagen se dibujó en el espejo, ahí estaban ellos, ella delante de el, cuando el chico llegó, la imagen en el espejo se comenzó a dibujar, y lo hizo enfurecer, llorar, gritar de rabia, vio la pieza, el taller,las manos ensuciando el cuerpo de su mujer, el bigote rozando la piel comiendo esa carne viva. Algo entro por sus ojos, no salió hasta que tomó el hacha y corrió enfurecido, sólo para encontrarlos ella prendida de los glúteos jalándolo hacía adentro, él golpeando el regazo sin piedad. Pasó lo que sucede en esos casos, dos cuerpos juntos, desollados, el otro infeliz ahorcado, y la casa del Herrero permaneció cerrada por 20 años, el espejo dormía mientras tanto.
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