jueves, 26 de enero de 2012

Voviendo al futuro.

Bien cerca de desaparecer, casi en el último aliento,
ayer me vi tras el destino y la cruda sensación de haber perdido el alma,
cuando aquella muchachita de ojos negros y bucles retorcidos
se fue a parar a la nada,
llevándose consigo lo poco de fe que alguna vez tuve en la humanidad.
Muerto de pena, fui a encontrarme con mi destino.

Mi madre tiene visiones del futuro.
No sé por qué, pero ella lo atribuye a su fe,
una fe que a veces me contagia.
En una de sus visiones extraordinarias,
vio la puerta de un salón lleno de bancas de madera dispuestas en congregación,
esperando a un niño de cuatro años que entra renegando,
caminando lento hacia el lugar al que se le ha enviado.
En el sueño, mi madre no reconoce quién es
hasta que nota los zapatos,
el suéter color vino,
el mismo corte de cabello que siempre pedía para mí.

Han pasado ya dos años desde que el amor de mi vida tocó mi puerta.
Entonces no entendí lo que significaba amar por sobre todas las cosas.
Porque vivir en sociedad nos impone un juicio colectivo,
una idea de que el amor, la libertad, la realización personal,
las sensaciones y sus consecuencias
deben parecerse a un estándar universal que no existe.

Pero el amor que yo sentí —y que todavía siento—
no se parece en nada a eso.
No es la versión cursi y desdibujada
de un embriagamiento que se apaga con el tiempo,
ni esa que deja dolores de pecho, de espalda,
y una depresión disfrazada de nostalgia.
El amor que viví fue otra cosa:
una tormenta y una revelación al mismo tiempo.

Ya son dos años desde que el amor llamó a mi puerta,
y hoy estoy justo en el mismo punto donde todo comenzó.
Recuerdo aquella mañana en que llegó sin avisar,
cuando parecía tan perdida,
y se acostó a mi lado.
Llamamos por teléfono para decir que no iríamos a trabajar.
Cuántos días de eso… cuántas peleas, cuántas luchas.
¿Y por qué luchábamos?
Tal vez por lo mismo,
aunque nunca hablamos el mismo idioma
y cada mensaje llegó demasiado tarde.

Estoy justo como al principio.
¿Qué buscaba ella?
¿Qué quiso decir y no dijo claramente?
¿Qué sueño no pudo soñar conmigo
que la empujó a buscar otro amor?

Sigo en el mismo lugar,
por eso he vuelto al futuro:
al punto de inicio donde ella y yo nos encontramos,
al cruce de caminos,
a ese semáforo que nos dejó varados en el tiempo
y nos hizo tomar un atajo.

Veo con claridad los días en que moría por ella.
Aún muero.
Pero sé que eso quedó atrás.
Sé que aunque ruegue,
el rencor, la ira, la vanidad y el orgullo
ya no nos alcanzan en este camino.
Y como aquel niño de la visión de mi madre,
voy entrando al salón, voy llegando,
voy solo.

¿Qué tiene que hacer ella para escapar de sí misma?
¿Cruza esta nueva oportunidad su historia con la mía?
Ella se pregunta si aprendí de mis errores,
si sabré hacerlo bien con otras personas.
Y yo me pregunto:
¿por qué la quiero tanto, incluso después de todo?

El futuro que perdí al entrar en su camino
me vuelve desde lejos.
Estoy de regreso al inicio,
al lugar donde todo comenzó.
No sé qué nos depara el destino.
No lo sé de cierto…
pero lo presiento.
Está en el aire.
Y aunque tarde,
llegará.

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