martes, 29 de noviembre de 2011

Acantilado.

Y justo cuando estaban las luces ahí, cerré los ojos y pensé en sentir el dolor, el empellón sobre el pavimento, el olor a sangre en la punta de la nariz, el sabor a tierra y los granos de arena masticados después del golpe, un raspón, el dolor latente, el ruido de la motocicleta ... Nada, ni un sonido, ni el viento; entonces abrí los ojos, y todo estaba suspendido... la motocicleta con el chico que apretaba los ojos antes del impacto, detenida en el aire a un centímetro del suelo, el cabello de la chica en la banqueta abatido por el viento, pero igualmente detenido, la gente con los rostros angustiados esperando el letal atropellamiento detenidos en una fotografía viva e inerte, los otros autos y el semáforo que seguía encendido en verde... todo en silencio, no había viento, se sentía como una burbuja invisible, pero no corría... era el tiempo, era yo, era un milagro después de todo lo vivido.
Salí de frente a los automóviles y me paré sobre la banqueta, y al instante el sonido, las luces y el zumbido junto con el viento arrastrado por la velocidad; todo en un parpadeó pero yo ya no estaba ahí en medio del arroyo vehícular...
Esa noche acostado boca arriba en mi cama, mientras las grullas de origámi que colgaban del foco se movían con el viento que entraba por ambos ventanales, dejé de pensar en una explicación científica a todo lo que habría pasado, lo repasaba en mi mente, y llegué a convencerme de que no era real, pero una y otra vez la imagen se rehacía en mi cabeza, y terminé por aceptar que no estaba muerto, pero debí estarlo de algún modo, aunque... todo se detuvo.
A la mañana siguiente repasé las cosas mientras el azul del cielo se levantaba ante mi ventana, nuevos colores en ese día, me decían que todo había sido un sueño.
Pasaron alrededor de 10 días, y yo me seguí preguntando pero con menos intensidad, si eso que me pasó realmente había sucedido. Estuve casi a apunto de olvidarlo, cuando ese medio día Cristina estaba limpiando la cocina y sin querer, empujó un florero de la barra de la cocina, en ese momento, tras un parpadeo, el florero se suspendió en el aire y Cristina congelada en un movimiento, del otro lado de la barra observaba la nada. El agua salía del florero y estaba detenida en el aire. Toque las burbujas de agua, las empujé, y las hice explotar y fueron a parar sobre las servilletas y el techo, y muy lentamente se comenzaron a absorber... ¿Cómo hice para que esto pasara?, entonces inhale un bocanada de aire y en la mitad de un flash, un instante, un parpadeo corto, no sé como explicarlo, pero el florero se movió rapidísimo y ya casi estaba en el suelo, contuvela respiración y lo puse sobre la barra, luego recogí lo mas que pude de agua. Volví a respirar y Cristina exclamó -" ¡Ya lo tiré!..."-, y puso una cara de extrañes, cuando vio el florero sobre la barra como si no hubiese pasado nada.
Claro está que se sintió un rocío en el aire y escurrió desde el techo, un poco de agua de la que yo había hecho explotar, pero solamente contesté con una pregunta-"¿Qué pasó, que tiraste?"- mientras Cristina buscaba una explicación a lo que estaba pasando. Fue ese día que entendí como funcionaba, y lo intenté controlar, era algo que de alguna manera me pasaba solo a mí, entonces traté de practicar... una bocanada grande y empujar desde la pleura, no respirar... y ahí estaba... el tiempo se detenía nuevamente, podía aguantar la respiración pero sí tomaba tiempo para respirar todo pasaba tan rápido.
Hice varios experimentos aventé hielos y jugué a mover las trayectorias, pero por descuido tomé aire y fueron a parar en un cristal de la vecina de enfrente... después jugué con el gato, aguantaba la respiración y me escondía y entonces lo hacía saltar de un susto poniéndome detrás de él, o volteándolo panza arriba, tirándolo del sillón, dejándolo caer de la baranda, y volviendo a poner en la terraza y viendo como se desconcertaba. ¿Yo tenía algo especial?, ¿Por qué a mí ?, era algo sorprendente... luego comenzaron las bromas pesadas con mis amigos, cambiaba las cosas de lugar, en una reunión, volteaba los vasos, les alborotaba el cabello y luego volvía a mi lugar y respiraba normal para ver como se sorprendían todos. Apostaba en las cartas y ganaba, o les cambiaba las cartas solamente para ver las caras que hacían, incluso ponía sal en el café o tiraba las bebidas y las llenaba con agua, o vaciaba las cervezas para ver las caras y oír las maldiciones.
Pero nada más divertido que ver a aquel tipo que me caía tan mal en la secundaría, y ahí estaba, pasando por la plaza principal en medio de tanta gente, con su caminar displicente y su miradita boba, lo vi entre esa inutilidad, entre ese sosiego que solo los seres despreciables tienen, y entonces sin pensarlo detuve el tiempo y le bajé los pantalones en medio de toda la multitud, y me senté a ver como era el hazme reír de los transeúntes.
Luego dejó de ser divertido, hacer dinero fácil o ganar apuestas era algo insulso, tenía que compartir lo que me pasaba, ¿Qué sería de mi?, nadie me creía,- "Estás pendejo, ja ja ja, ¿detienes el tiempo?"-, dijo mi amigo Raúl, pero cuando le dí su cartera y le quité los zapatos, no me volvió a dirigir la palabra, me veían como un fenómeno.
Se corrió la voz y me pedían hacer trucos; para algunos era algo increíble, y para otros eran solo trucos, desde entonces no fueron mas mis amigos, sino para todos los conocidos y desconocidos era un fenómeno, un mago, algo hacía, de algún modo todo era una ilusión, quizás sucedía pero no era cierto... Un fenómeno, eso era yo.
Después de la breve fama y la sorpresa de mis trucos, todo se volvió aburrido nuevamente, me llené de rabia cuando un tipo borracho que me reconoció en un bar y me gritó - "Ven diviértenos, ven te pago, diviértenos "-, me fui de ahí.
Todo volvió a ser soledad. Y entre mis miedos, mi terrible habilidad, encontré a alguien que me preguntaba cosas, que de pronto me hizo voltear, pero que siempre estuvo ahí hablando, escuchando, atenta a lo que yo hacía, Tania.
Dentro de mis pensamientos solamente había visto lo que yo quería ver, y Tania se mostraba tan ávida de entender que me pasaba. Le conté la historia de como me había llegado esta habilidad y le mostré con muchos experimentos que iban desde aventar cosas, a jugar con su vida, esta nueva habilidad, Tania saltaba al vacío y yo aguantaba la respiración y bajaba corriendo para jalarla y hacerla sentar junto a mi en el segundo descanso de las escaleras.
Juegos imprudentes, ella se ponía en medio de la calle y yo la arrancaba de la muerte llevándola hasta el otro lado de la avenida. Nada más eramos dos niños jugando a ponernos en peligro.
Luego los juegos se hicieron un poco mas crueles, yo detenía el tiempo en periodos mas cortos para así también sentir la adrenalina, o daba pequeñas bocanadas de aire para que el tiempo no se detuviera por completo, sino que fluyera a mi voluntad, y hacía que Tania sintiera el terror de una caída, y al último segundo la rescataba. Comenzámos a viajar, a pasar por seguridad la seguridad del aeropuerto y subir a un avión sin que nadie se diera cuenta era fácil con una habilidad como la mía, nos movíamos entre las calles, pasábamos noches en hoteles, o en la casa de algún incauto que no sabía que estaba pasando, tomábamos lo que queríamos y podíamos ir adonde fuera, jugando a hacer el tiempo elástico, nuestro, tenía tiempo que no había nadie como ella en mi vida tan feliz, tan cómplice, tan mía.
Esa tarde, aceleré a fondo, y fuimos directo al acantilado, entonces inhale una gran cantidad de aire, y salí de la camioneta corrí lejos muy lejos. Solamente me encontré a mi mismo, frente a un acantilado, abajo había mar las olas reventaban la roca con una fuerza inclemente, intempestiva. Cada golpe cimbraban toda la pared de roca que se erigía bajo mis pies, el pasto verde y la pradera terminaba en ese acantilado enorme, entonces vi la colina, y la camioneta directo al precipicio. Tania, linda como comer miel con mantequilla, dentro de la camioneta desbocada. Los minutos eran esenciales para salvarle la vida, había que hacer algo, había que dejar de respirar e ir por ella, que allá iba levantando el polvo violentamente, y yo respirando bocanadas pequeñitas. ¿Qué le da sentido a la vida?, al parecer el desencanto de esta pregunta me tenía absorto, me tenía malhumorado, me tenía indiferente a mi propia miseria, ¿Quién merece lo que yo ?, y entre esas preguntas y el día maravilloso con el sol en todo su esplendor, yo estaba ahí solo y sin poder hablar, ante la inmensidad, ante lo inminente, ante un suceso anunciado, un momento marcado solamente por mi. Todo quedó en silencio y la camioneta se precipito hacia el acantilado... Cayó... se desplomó, se destruyó ... la pregunta que me cruzaba por la mente fue ¿Qué pude haber hecho? y seguí de pie, respiré profundo, y me quedé ahí en el mismo lugar, inmóvil hasta que el sol se metió.

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