sábado, 9 de abril de 2011

Del perfume que me dejaste en el cuerpo.

Ay, mi vida… todo mi departamento huele a ti, y me encanta.
Me encanta verte andar descalza por aquí.
Busco un lugar donde estemos tú y yo, sin pesares, sin apuros;
un refugio para amarnos más y de veras,
porque necesito jalar el gatillo y no arrepentirme jamás.
Amarte es dejar de creer que antes de ti no pasó nada.

Hace tiempo que no me sentía así de bien.
Hace tanto que no tenía ganas de poemas, de películas,
de flores, de dulces, de respirar solo si tú lo haces conmigo.
De vivir. De querer.
En esta novela épica y canalla que es mi vida,
he llorado de verdad, he tenido a la muerte junto a mí cada minuto:
pequeña como una moneda en el bolsillo, tintineando desilusión,
haciendo papeles estúpidos, pero siempre cerca,
con sed de mi alma.

Y esta vida se va, y de pronto ya soy más viejo.
Pero me reinvento, renazco… y ahí estás tú,
con tus ojos enormes y hermosos, esperándome,
sin que yo tenga mérito alguno,
solo el argumento torpe de que me pertenecías
desde aquel día en que te conocí.

Te tengo. Te espero.
Me domina el miedo y, sin embargo, te quiero.
Si no digo nada, es porque no quiero herirte.
Si no lloro, es porque no sé hacerlo.
Si no sientes que me duela,
es porque los olvidados sufrimos distinto:
una herida de muerte desde jóvenes,
un amor de amor —pueril, bárbaro—
que nos despedazó y, aun así,
nos devolvió de la tumba.

Yo no dejo de lamer mis heridas en un rincón,
de querer vivir otra vez,
de creer que existe la vida después de la muerte…
y que huele a ese perfume que me dejaste en el cuerpo.

Grítame, mucho,
hasta que me sangren las orejas.
Pidamos que nunca dejes de ser libre.
Pidamos por los olvidados,
por nuestros hijos, por los trovadores,
por la vida, por el mañana,
por el perfume que me dejaste en la piel.

Sigue tarareando esa canción,
esa donde dice que ella es feliz de madrugada.
Sigue, ¡ándale!, chico listo.
Aprovecha la sonrisa que aún tienes.
Aprovecha que has perdido peso con las desveladas
y ganado tantas ideas.
Ya sé que algunas no son brillantes,
y que otras se contradicen,
pero igual las conviertes en escritos tormentosos.

Vive. Conmigo. Así.
Si no puedes dormir o te cuesta levantarte,
podemos decirnos: “gracias, buena suerte y hasta luego”
en cualquier idioma…
¿qué tal en el que yo inventé?
Ese de señas que ya entiendes,
ese con el que hablo sin decir nada
y tú te desesperas oyéndome.

En ese idioma voy a decirte “te quiero”.
En ese idioma voy a pedirte
más perfume como el que me dejaste en el cuerpo.

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