Muy de mañana el hipopótamo se levantó, triste, tal vez aburrido de ser él, y se miró al espejo, poco a poco, se convenció a sí mismo, que debía cambiar su aspecto; tomó la pintura blanca y se la vació en el cuerpo, con cuidado de que no le entrara en los ojos. Luego de que secó la pintura, se hizo líneas negras con una brocha delgada, y cuando hubo terminado se acomodo el cabello –“ahí está, una ¡cebra‼“.
Salió de casa, cruzó todo su barrio maquillado como cebra, ante la mirada desconcertada de los vecinos y los animales que se encontraban en la calle, y se fue a parar junto a todas las cebras, que lo observaron un momento, y luego continuaron comiendo hierba; el hipo, jugó a retozar en el campo y comió hierbas también, trató de platicar elocuentemente con ellas, y se esmeró porque la pintura no se le escurriera con el sudor. Al final del día regreso a casa más decepcionado de lo que se levantó: “No puede ser” pensó, y comenzó a desmaquillarse, obviamente no era una cebra, así que se fue a dormir muy enojado.
A la mañana siguiente, repitió la operación, pero con pintura amarilla y motas café tenue, y se fue a parar junto a las jirafas. Está vez, observo sus juegos, escuchó todos los temas de los que platicaban, pero la decepción en la noche fue peor, no solo no pudo comer, porque las jirafas solo comían de las hojas más altas, sino que nadie entendía su idioma, y una vez más se fue a dormir frustrado y enojado.
Durante toda esa semana probó con diferentes pelucas y maquillajes para ser león, impala, tigre, elefante… todas las veces con resultados igual de decepcionantes, y aunque estudiaba en los almanaques el comportamiento y la naturaleza de los animales, nunca pudo ser uno de ellos, por más detallado que era su disfraz. Así que el domingo por la mañana se levanto temprano y se fue al estanque, metió las patas delanteras y después fue entrando lentamente hasta quedar sumergido, otros animales muy parecidos a él, retozaban en el estanque y se bañaban contentos, porque el día era muy lindo. El hipo no vio mal en acercárseles, jugó a mojar a todos y a refrescarse, platicó de muchos temas comunes y de preocupaciones reales del mundo de los hipopótamos. Al final del día se miró al espejo mientras se lavaba los dientes –“vaya sorpresa, soy un hipopótamo”.
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